NACIÓ CON EL DON DE LA RISA…
Lunes, Octubre 25th, 2010 Hola les dejo con el fantástico texto de mi amigo y alumno Jorge Fuentes. Espero que les guste.
“Nació con el don de la risa y con la intuición de que el mundo estaba loco. Y ese era todo su patrimonio…” Hermosas palabras con las que comienza Sabatini su famosa novela Scaramouche, y que causaron tanto impacto que hasta fueron el epitafio de su lápida.
Regresé ayer de un curso en Madrid con mi maestro Pedro Fleitas, y como siempre uno vuelve con un montón de sensaciones en el interior que necesita procesar. No fue un curso de fin de semana sino una clase de dos horas. Esto me trajo muchos recuerdos ya que hacían casi 10 años que no se celebraban, y fue tal como entonces en un salón del Hotel Gaudí en la Gran Vía de la enorme Madrid. Estando allí me venían imágenes de hace doce años, donde Pedro me otorgó el 4º Dan, me veía a mi mismo más joven, haciendo las técnicas con la pasión y los errores que sólo se pueden cometer cuando tienes una ilusión tan desmesurada, comparable sólo con la poca experiencia que se tiene a esa edad, pero con la certeza de que se puede ¿conseguir? cualquier cosa si uno se esfuerza. Recuerdo a Pedro acercarse de vez en cuando para corregir siempre con una sonrisa tal o cual concepto, y sonriendo cuando haces algo descabellado, sin censurar, como diciendo que está bien que investigues, pero que la vida irá poco a poco corrigiendo las técnicas y la actitud.
Recuerdo las 9 horas de viaje en autobús de ida y vuelta. La primera mitad expectante antes del entrenamiento, como el niño que piensa en la aventura que le espera cuando salga de hogar familiar. La segunda mitad contemplativo, divisando a la vez el paisaje y los recuerdos del entrenamiento difuminados con este. Como el niño hecho hombre, que vuelve a casa después de su viaje “iniciatorio”.
Por supuesto no eran ni mucho menos, los primeros cursos de Pedro a los que iba, pero sí a unas clases de 2 horas en Madrid para regresar por la noche a casa con todo lo experimentado…Valía la pena todo el esfuerzo, porque era el tiempo justo para absorber con el cuerpo y la mente fresca, lo que sea que uno pudiese captar allí. Que siempre era mucho.
El tiempo inevitablemente pasa, en comparación con aquella época, vuelves mas viejo, con las cicatrices que nos deja la vida, algunas sólo se quedaron en la piel, otras cortaron el músculo, y sólo algunas llegaron al hueso. Y allí están los compañeros, algunos viejos y otros más nuevos. Viejos no en edad sino como decía el Maestro Hatsumi, en tiempo entrenado, pero aunque algunos en el mismo tiempo hayan recorrido el doble de camino, el tiempo es el mismo para todos. En los más viejos observas junto con los cambios que aporta el tiempo, a veces la mirada de lobo viejo, de lobo estepario, la mirada que aporta el aplomo que sustenta la sonrisa. La mirada que transmite la serenidad, que sólo te da el tiempo y la constancia para ser conscientes de que el Budo es un camino en grupo, pero que se recorre a su vez en solitario. Entrenas con el compañero, ríes y compartes, pero estarás sólo cuando alguna vez tengas que defenderte, aunque estés rodeado de amigos. Estarás solo en tu búsqueda, aunque estés rodeado de compañeros, estarás sólo cuando tengas que nadar para no ahogarte cuando venga un mal temporal, aunque alguien te arroje un salvavidas eres tú el que debes nadar hacia él. Y morirás inevitablemente sólo al final, aunque estés rodeado de gente querida. En conclusión, observas la sabiduría que deja la madurez, como el sabor que deja el buen vino madurado con los años.
Y en los más jóvenes observas la mirada del cachorro, joven, fuerte y con ganas de crecer y comerse el mundo. Las ganas de aprender, engancharse al tren y recorrer lo más rápidamente posible el camino que tiene delante. Y ves los ciclos del entrenamiento, como se repiten, y con una mirada sabes que otros sienten lo mismo que sentiste y sueñan lo mismo que soñaste.
Jóvenes, viejos, nuevos, compañeros unos y amigos otros, personas con las que reíste, lloraste y soñaste, anhelos de los que no están y regocijo por las nuevos corazones descubiertos. Creo que hay pocas cosas en la vida, comparables con acomodarte tras un buen entrenamiento en la barra de un bar cualquiera, y sujetando una cerveza en la mano, embriagarte del momento y la sonrisa de los compañeros. Dialogando sobre las propias visiones del Budo, sin radicalismos, ni ganas de demostrar, sino de crecer y compartir juntos el escaso tiempo que aquí estamos. Opino que se puede ver la evolución de unas personas, cuando discuten entrañablemente con la intención de compartir, no de convencer. Cuando no son los egos los que tratan de imponerse, sino la intención de compartir el conocimiento atesorado.
Y entre todos estos pensamientos y recuerdos inevitablemente está Pedro, ya que sin él la gran mayoría de la mayoría no estaríamos allí reunidos. Y lo vuelvo a ver corrigiéndome los defectos, a veces sólo con el ejemplo, otras enseñándome directamente, pero normalmente con una sonrisa. Con el saber estar que sólo él transmite, saludando personalmente a todos los presentes, llegando a sus corazones, pero transmitiendo que el Budo es como una línea con la vida y la muerte a cada lado, y en un segundo se puede pasar rápidamente de una a otra. Y tras una sonrisa se puede encontrar la muerte, y a esta la podemos venir al encuentro con una sonrisa.
Jorge Fuentes Campos
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